El primer diputado socialista de América
Un día como hoy, 13 de marzo de 1904, -casi ocho años antes de sancionada la Ley Sáenz Peña, que establecía «el voto secreto y obligatorio para los ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados, mayores de 18 años de edad»… –, Alfredo Palacios se convertía en el primer diputado socialista de América por el voto de los ciudadanos de La Boca, -cuarta circunscripción electoral de la entonces Capital Federal (hoy CABA)-.
De esta manera, Argentina iniciaba un ciclo marcado por la inclusión de derechos para la clase obrera de principios de siglo XX, con vigencia en la actualidad.
El periodista y dramaturgo uruguayo, Florencio Sánchez, expresaría en la redacción de un diario porteño de la época, «La Boca ya tiene dientes»… y así fue. Con Alfredo Palacios como Diputado Nacional, el socialismo consigue arrebatarle a la oligarquía de entonces varias leyes, entre ellas la de sábado inglés, el descanso dominical, ley de accidente laboral, ley del trabajo femenino, ley de la silla, estatuto del docente y muchas otras leyes que en distintos períodos fue presentando y logrando se sancionaran.
En su primera intervención en la Cámara de Diputados, Alfredo Palacios se pronuncia en contra de la «Ley de Residencia», redactada por el senador Miguel Cané, -autor de Juvenilla-, que le confería al Poder Ejecutivo la libertad de expulsar del país a aquellos extranjeros considerados peligrosos por sus ideas libertarias. Reproducimos el discurso de este gigante de la política argentina;
«…Yo creo y afirmo que la Ley de Residencia, dictada en momento de ofuscación, lo ha sido contra el movimiento obrero; pero el concepto que se tiene del movimiento obrero ha cambiado fundamentalmente de un tiempo a esta parte, y de ahí, señor Presidente, la necesidad sentida de que se derogue una ley que aparece como la resultante de un innumerable conjunto de errores.
Todo el mundo sabe hoy, que el movimiento obrero es la agitación que produce una clase para luchar por su conservación y elevación, obedeciendo a razones biológicas.
El sistema capitalista ha determinado un conjunto de circunstancias desfavorables para esta clase, que lucha y que reacciona para modificarlas.
Pero es bueno hacer notar que al mismo tiempo que se produce esta lucha por la elevación y por la conservación del obrero, los trabajadores producen con sus agitaciones, una mejora en los medios productivos, que determina una corriente favorable para la evolución de las sociedades burguesas.
Y ya que digo esta palabra, burguesa y que observo en los labios de algunos de mis colegas una sonrisa irónica, aprovecho la oportunidad para manifestar, haciendo una disgresión, que cuando yo digo burgués, no es con el ánimo de zaherir a nadie, como pudieron haberlo creído algunos señores diputados, a juzgar por las palabras vertidas en sesiones anteriores. No, Señor Presidente; mi doctrina y hasta mis condiciones personales me impiden proceder de esa manera. Cuando digo burgués quiero significar al individuo, quien quiera que sea, que pertenece a una clase que detenta los medios de producción y contra la cual lucha otra clase desposeída de esos medios y que sólo tiene como patrimonio la fuerza del trabajo. (Aplausos en la barra)
Hecha esta aclaración, vuelvo a ocuparme del asunto que motiva mi discurso.
Atacar el movimiento obrero, con más razón si es violentamente, es desconocer las leyes generales de la evolución. Más: es perjudicar los intereses de la sociedad; más todavía: es perjudicar los intereses mismos del gobierno, pues cuando las clases laboriosas se congregan en agrupaciones orgánicas con programas definidos que expresan sus anhelos, pueden dar una orientación clara y progresista a las ideas de los hombres de estado. Así lo han entendido en la gran república del norte, que nosotros debiéramos imitar. Allí, no obstante la política nueva, adoptada respecto de la inmigración, acude una gran cantidad de individuos que se desparraman por toda la Nación. Es que los gobiernos de ideas -¡qué lejos estamos nosotros, señor Presidente, de los gobiernos de ideas!- no imponen impuestos brutales al trabajador, no le imponen tampoco vejaciones, y tiene organismos perfectamente ordenados, en virtud de los cuales se hacen estudios concienzudos sobre las agitaciones obreras, tratando de extender al mismo tiempo las organizaciones gremiales. (…)
El Poder Ejecutivo ha involucrado en una sola denominación, de hombres peligrosos, a los anarquistas, a los socialistas de temperamento apasionado y a los propagandistas de las huelgas. La policía ha hecho también la misma designación para todos estos individuos a que me he referido. Ha creído encontrar en los anarquistas a vulgares criminales; en los socialistas revolucionarios, como ellos los llaman, sin tener en cuenta que todos los socialistas son revolucionarios, en la acepción científica de la palabra, casi anarquistas, y a los obreros huelguistas, en la mayor parte de los casos, los han tratado como a vividores de oficio.
Es claro que con este criterio completamente erróneo respecto del movimiento obrero, tenían que surgir todas estas dificultades y tenían que producirse todos los incovenientes y todas las injusticias que he denunciado en esta Cámara.(…)
El vicio, pues, de la Ley de Residencia está en esa facultad discrecional que tiene el Poder Ejecutivo para aplicar por sí y ante sí, arbitrariamente, el dictado de «hombre peligroso» a todos aquellos individuos que a su juicio perturben el orden público.
Es claro, entonces, que esta ley dictatorial se presta a todos los abusos. Uno de los inconvenientes que se va a producir y que quiero hacer resaltar en este momento, es el que resultará con motivo de la confusión que existe entre lo que se entiende por vagos y desocupados.
De acuerdo con la ley de expulsión de extranjeros, el Poder Ejecutivo va a juzgar que perturban el orden público los vagos; y luego, desconociendo como desconoce las leyes que rigen estos movimientos obreros, va a considerar que son vagos todos aquellos individuos que se encuentran desocupados y que aparecen en las agitaciones obreras. Esto nacerá como la consecuencia lógica del desconocimiento de ese fenómeno económico de la desocupación, que viene produciéndose y es perfectamente notado hoy en todos los países en que la gran industria ha progresado.
Es claro que la mejora de la maquinaria, a objeto de reducir el costo de la producción, que exige la libre competencia, determina como una consecuencia lógica que una cantidad de obreros quede sin trabajo, aumentándose su número a medida que van aumentando las mejoras en los medios de producción. Así se va formando lo que en economía política se llama el ejército de reserva del capital, la superpoblación relativa.
Esta superpoblación relativa, como se ha hecho notar, existe siempre en relación a las exigencias momentáneas de la explotación capitalista. Cuando la producción se expande, la superpoblación relativa presta sus servicios; cuando la producción se restringe, el ejército de reserva del capital aumenta.
Bien, señor Presidente; en presencia de las facultades extraordinarias que acuerda la ley de extrañamiento de extranjeros al Poder Ejecutivo, en presencia de un fenómeno de restricción de la producción, en presencia de la ignorancia de los funcionarios inferiores de la policía respecto de estos movimientos económicos, respecto de este fenómeno de la desocupación, es claro que los abusos serán incontables.
Pero una de las grandes preocupaciones del autor de la ley ha sido suprimir la propaganda anarquista. El doctor Cané, como dijo el ilustrado miembro informante, llegó de Europa un poco influenciado por la propaganda que se hacían en aquel continente, por las conmociones que producían estas ideas nuevas, y quiso trasplantar una ley que aquí resultó exótica; quería impedir la propaganda; quería que en la República Argentina no hubiera anarquistas.
Pero él mismo, abogando por esta causa, da el argumento poderoso para refutar sus teorías. El dice, en el folleto que se ha publicado, que la ley no alcanza a los hechos que no han adquirido forma externa, que puede hacerlos caer bajo la represión. Y agrega estas palabras: ¿»Cómo, pues, castigar al anarquista que reciamente vigilado, en todo momento, por la policía europea, viene a nuestro país y entre sus compañeros de trabajo continúa su prédica, turbando espíritus débiles, ya preparados al odio por su propia condición»?
¡Pero, señor!, si no hay una ley que castigue lo que no es un delito, si esa propaganda anarquista todavía no tiene los caracteres que la hacen punible, si todavía no ha adquirido esa forma externa a que se refiere el señor Cané ¿cómo es posible, entonces, que nosotros sostengamos que se debe castigar? Es precisamente aquí en donde se pone de manifiesto todo lo deleznable de la argumentación que ha sostenido el señor ministro informante, cuando nos decía que no se trata de una pena, siendo así que el señor Cané precisamente nos prueba con su argumentación, que se trata de imponer una pena por una ley de excepción. Estas incongruencias en que caen los hombres que harto saben de leyes, vienen a poner de manifiesto, de una manera que no permite la más leve duda, lo que he dicho antes de ahora: se ha buscado un pretexto para matar las ideas. Pero ya sabemos que no es posible detenerlas, que cuando aparecen en la forma en que se presentan las ideas nuevas, cualesquiera que ellas sean, es claro que todos los valladares, que todos los obstáculos, que todos los inconvenientes que se opongan a su paso no han de hacer sino acrecentar la ola cuyo empuje es cada vez mayor».
Secretaría de Comunicación
Partido Socialista de Río Negro
Fuentes: Partido Socialista, Reforma del 18, El Historiador,