¿A quién le va bien cuando al gobierno le va bien?
Es usual escuchar de boca del universo político, declaraciones manifestando deseos de que al gobierno le vaya bien. Si son opositores lo hacen para justificar su oposición desde el aporte crítico, corregir errores del gobierno, si son oficialistas es una manifestación obvia. Para nosotros esta es una pregunta cuya respuesta depende de la naturaleza del gobierno.
La primera diferencia sustancial es entre un gobierno dictatorial y un gobierno democrático.
Una dictadura siempre defiende intereses personales o extranjeros por lo cual si le va bien, con seguridad es a costa de que le vaya mal a la mayor parte del pueblo. No hace falta dar demasiados ejemplos de las herencias que nos dejaron las dictaduras. La última reprimió brutal y sistemáticamente a todo aquel que se opusiera a sus objetivos de entrega de la economía planificada por Martínez de Hoz que generó la monumental, injusta, mentirosa e impagable deuda externa, que sigue condicionándonos a casi 33 años de democracia. A ellos les fue bien porque cumplieron sus objetivos y además se enriquecieron porque -digámoslo de una vez- esos dictadores tan “pulcros y ordenados” no solo eran asesinos, también eran ladrones, militares y civiles por igual. Esto último aún no ha sido juzgado lo que tiende un manto de impunidad que lamentablemente se prolonga en el tiempo y habilita la continuidad de los diferentes modos de corrupción que la democracia no solo no modificó sino que, en muchos casos potenció.
Respecto a los gobiernos democráticos, por ser emergentes de la voluntad popular, se supone que defienden al pueblo y por lo tanto en ese caso si les va bien, nos debería ir bien a todos, o al menos a la mayoría.
Entonces entramos en una zona gris de difícil resolución porque cuando se trata de gobernantes de origen popular y de partidos populares siempre pensamos que van a ser coherentes con ese origen y esa elección de pertenecer a organizaciones políticas que en su historia han aportado a que al pueblo le vaya bien.
En orden de aparición en nuestra historia: El radicalismo surgido de la Revolución del Parque en 1890, tuvo a lo largo del siglo XX gobiernos que permitieron avances democráticos y sociales como la Reforma Universitaria en tiempos de Yrigoyen, la defensa de la soberanía nacional, el petróleo y los medicamentos de Illía o el juicio a las juntas militares de Alfonsín. El socialismo, que no gobernó nunca el país, surgido de las luchas obreras en 1896, dejó las leyes de defensa del trabajador y la trabajadora, de igualación de la mujer, de la diversidad sexual y los derechos humanos en general. El peronismo llevó a la práctica muchas de estas leyes y produjo a mitad del siglo XX la mayor coparticipación de los sectores trabajadores en la renta nacional que se hubiera conocido hasta ese entonces.
Todos los gobiernos democráticos tuvieron grandes aciertos y promovieron avances sociales en materia de igualación de derechos, y no es casual que en los casos mencionados todos hayan terminado a través de un golpe de Estado: en 1930 contra Yrigoyen, en 1955 contra Perón, en 1966 contra Illía, en 1976 contra el peronismo nuevamente, incluso el caso más cercano del Dr. Alfonsín en 1989, si bien no fue un golpe al estilo tradicional quedó clara la intervención de quienes manejan la famosa “mano invisible” del mercado para su desestabilización.
Afortunadamente estamos transitando el período más largo de nuestra historia en democracia que defendemos y apostamos a que sea permanente. A lo largo de estos 33 años hemos sido gobernados por coaliciones o partidos de origen popular y sin embargo no en todos los casos o no a lo largo de todo el gobierno nos fue bien como pueblo.
Tal vez podamos poner en el extremo más negativo a la década de degradación nacional comandada por el justicialismo liderado por Menem. Al mundo del empresariado poderoso (en general poderosos desde sus negocios con la dictadura), a las multinacionales beneficiarias de las privatizaciones, a la especulación financiera y a la cúpula gobernante les fue muy, pero muy bien, pero los argentinos perdimos 500.000 puestos de trabajo y en nuestro país por primera vez se comenzó a hablar de un sector de la población marginado permanentemente de una mínima calidad de vida, sin acceso al trabajo formal, a la jubilación, sin acceso a la tierra y la vivienda y una baja en la calidad de la educación y la salud pública. A ese gobierno le fue bien y al pueblo mal.
El período que terminó en diciembre pasado es tal vez el que ofrece más claroscuros. Habilitó completar la obra comenzada con el juicio a las juntas anulando las leyes que habían frenado ese proceso y se avanzó mucho en la verdad y la justicia además de la recuperación de hijos/as apropiados/as por la dictadura. Hubo un real incremento del ingreso popular a partir del viento a favor para la economía primaria y extractiva que se profundizó durante los últimos 12 años. Se recuperaron las jubilaciones y pensiones de la mano del mercado y se aprobaron leyes que incrementaron derechos a partir de iniciativas socialistas como la ley de migraciones, de matrimonio igualitario y de identidad sexual. Pero lamentablemente la economía se extranjerizó más, se depredó el ambiente, se entregó la minería, no se modificó la matriz tributaria regresiva y desde lo político se mostró como progresista un gobierno que no lo era a partir de lo cual se desarticuló todo intento de generar una alternativa política que viniera a profundizar lo bueno realizado y superar esas deudas mencionadas.
Salvo el período del Dr. Alfonsín que, con sus virtudes y defectos, no se caracterizó por ser corrupto, todos los demás mostraron un apego mayor o menor a la herencia de la dictadura en esa materia.
Y por fin llegamos al gobierno de estos tiempos. Lo primero que debemos decir es que rompe el esquema. Es la primera vez que el empresariado llega al gobierno por el voto popular sin necesidad de golpear las puertas de los cuarteles o de infiltrarse en los partidos tradicionales. Si bien llega con el respaldo orgánico del radicalismo, el que manda es un CEO y su gobierno es de los CEOS amigos y/o socios.
Cada vez que a este sector le fue muy bien, le fue muy mal a nuestro pueblo.
Ojalá esta realidad se revierta pero la historia dice otra cosa, por ello no nos atrevemos a dar una respuesta contundente a la pregunta que titula estas reflexiones y precisamente apelamos a la reflexión de nuestros lectores y lectoras al respecto. Eso sí, con el profundo y sincero deseo de que a nuestro pueblo le vaya bien. Paras ello, como socialistas trabajamos para lograr energías de cambio a favor de la igualdad con la convicción que la democracia es el mínimo de socialismo y el socialismo es el máximo de democracia.
Juan José Tealdi
Secretario de Derechos Humanos
Partido Socialista Orden Nacional